SUDÁFRICA
Mandela dejó una Sudáfrica sin Apartheid, pero lejos de la Justicia
La muerte de Nelson Mandela deja una Sudáfrica sin segregación institucional, que ayudó a los pobres y reivindicó su cultura negra, pero con una distribución de la riqueza que hace temer una nueva ola de violencia.
Todo dependerá de los debates que se abrirán en el gobernante Congreso Nacional Africano (CNA), donde puja una tendencia capaz de producir un "africanismo" antiblanco que se desviaría de la política del desaparecido ex presidente.
Mandela legó a Sudáfrica una política de reconciliación y olvido para dar paso a una integración de todos los habitantes de este país en una patria común.
El veterano líder también planteó políticas activas desde el Estado, que tendieron a mejorar la situación, a veces desesperada, de las mayorías negras, y además impulsó la recuperación de las culturas y lenguas africanas en un país donde sólo el inglés y el afrikaans -de origen holandés- eran oficiales.
Estas políticas no tuvieron todo el efecto que hubiera sido deseable, dicen los expertos locales con los que habló Télam.
Si bien no se dan las injusticias extremas que el apartheid institucionalizaba, la distribución de la riqueza sudafricana sigue siendo extremadamente desigual y el mantenimiento de la estructura económica heredada sigue desfavoreciendo a los negros.
Si bien no se dan las injusticias extremas que el apartheid institucionalizaba, la distribución de la riqueza sudafricana sigue siendo extremadamente desigual y desfavorece a los negros Los partidarios de la oposición, como la empresaria Elize Lowrens, ven con inquietud la posibilidad de ascenso en el CNA del radicalizado dirigente Julius Malema, considerado un enemigo racial de los blancos, dispuesto a sacarlos de Sudáfrica para dejarle el país a la dirigencia de la mayoría negra.
Estos temores brotan, según otros analistas, de la aplicación de una política neoliberal, la cual terminó jaqueando la estructura económica que protegía el desarrollo industrial y fomentando la inversión productiva de capital por parte de los blancos.
Los más duros coinciden "off the record" con la afirmación de la especialista Margaret Kimberley. Según explicó, al finalizar el apartheid, "la élite blanca sudafricana siguió poseyendo la tierra y el dinero, después de permitir que unas pocas caras negras bien conectadas apareciesen en posiciones de importancia".
Ese rasgo de la economía y sociedad sudafricana se fundaba, por cierto, en la regimentación brutal de la mano de obra negra por el sistema discriminatorio. Pero al menos servía para echar las bases de un desarrollo industrial integrado.
Tarde o temprano, la dinámica propia de esa acumulación interna de riqueza requeriría ampliar el mercado incorporando a pleno a las mayorías negras, sea como empresarios o como trabajadores, pero en igualdad con los blancos.
Las bases jurídicas para esa incorporación fueron el gran legado de Nelson Mandela. Pero el Congreso Nacional Africano logró esa igualdad jurídica de los negros en pleno auge del neoliberalismo.
De ese modo, explican expertos como Andrew Murray, del Comité Consultivo Económico y Social del Cabo Oriental (CCESCO), el mecanismo de acumulación de riqueza empezó a desmantelarse exactamente cuando más hacía falta.
Puesto ante la alternativa de un incremento exponencial de la violencia y aprovechando la derrota del ejército sudafricano en su intervención en Angola, Nelson Mandela pospuso la resolución de los otros problemas de base y optó por la paz.
Es este esquema el que está tambaleando ahora.
Los problemas pospuestos no parecen solucionarse y muchos en el CNA, como Malema, coincidieron con Kimberley cuando afirmó que "a Mandela lo sacó de prisión la lucha, no la benevolencia".
Parte del CNA, agregó la experta, no estaba preparado para un escenario en el que "la mayoría de los blancos se mostraban decididos a mantener las billeteras bien cerradas a pesar de entregar el poder político".
La liquidación del viejo sistema de promoción estatal debilitó al sector industrial sudafricano.
La liberalización económica de fondo terminó promoviendo, como en muchos otros países, que la especulación financiera absorbiera capitales que antes se inyectaban a la producción a partir de la exportación de oro y diamantes.
Esto debilitó la capacidad del país de generar empleos, justo cuando crecía la demanda debido a la integración de los negros como ciudadanos de pleno derecho tras el fin del sistema segregacionista, explicó Russell Grinker, del CCESCO.
Muchas empresas sudafricanas fueron eliminadas por la competencia de productos importados desde India o China, entre otros países, mientras que las empresas extractivas siguieron en manos de los grandes capitales extranjeros.
El abandono del proteccionismo económico que singularizaba a la Sudáfrica segregacionista redujo la capacidad de intervención del Estado y la de reorientar internamente los ingresos mineros justo cuando el enfriamiento económico mundial bajó los precios de los metales preciosos, principal fuente de ingresos del país.
El achicamiento del Estado limitó la posibilidad de satisfacer las demandas sociales y agrietó profundamente una sociedad que aún ve en el legado de Mandela la única garantía de convivencia y de liquidación de viejos agravios.
Así, el fin de la herencia racista encuentra en la coyuntura económica un obstáculo que para muchos sólo se podría superar volcando a las mayorías negras contra la minoría blanca.
Todo indica que en las elecciones de 2014 volverá a vencer el actual presidente, Jacob Zuma. Pero el sentido de su mandato dependerá decisivamente de cuáles sean las fracciones triunfantes en la disputa de poder dentro del CNA.
Martes, 17 de diciembre de 2013
|