DENUNCIA DEL ABOGADO DE LA FAMILIA DE GEORGE FLOYD EN KEY WEST
Policías esposan a un niño de ocho años como si fuera un criminal
El niño de ocho años está esposado, de cara hacia un armario . Lo arresta un policía que le recrimina su conducta. Un patrullero lo espera a la salida de la escuela. Lo suben. La justicia de Key West, en Florida, le presenta cargos por una rabieta. Tiene un trastorno por el que es tratado en el Programa Individualizado de Educación (IEP).
En suma, lo tratan como a un criminal pero no es solo la policía de Estados Unidos. En el colegio nadie se interpone al procedimiento. Un fiscal se ensaña con él. La madre del menor dice que tardó nueve meses para que aquel le retirara las imputaciones. No es ficción ambientada en un reformatorio o en un barrio pesado de Nueva York, como en la película "Los hijos de la calle". La acción se desarrolló el 14 de diciembre de 2018 en la escuela Gerald Adams Elementary. Se conoció ahora por la denuncia del abogado Ben Crump, el mismo que asesora a la familia de George Floyd, el joven negro asesinado en Minneapolis por un policía que viste el mismo uniforme del que se llevó detenido al pibe que hoy tiene diez años.
En EE.UU. es imposible utilizar la coartada de la manzana podrida para explicar lo que pasa. Ni en la violencia policial cotidiana, ni el sistema penitenciario más superpoblado del planeta, ni en el uso indiscriminado de armas que permite la segunda enmienda de su Constitución, ni en el racismo que se extiende por sus ciudades. El problema es cultural, por lo tanto estructural, se basa en un entramado de relaciones que maceró durante décadas y que observamos en un sinfín de acciones monstruosas. El crimen del afroamericano cometido el 25 de mayo pasado o el proceso penal contra un chico acusado de golpear a una maestra son apenas dos.
Hay quienes vaticinan desde hace años la decadencia del país más poderoso de la tierra y es en estos episodios donde se nota más su pendiente. Incluso más que en su menguada influencia geopolítica, económica y militar. Su American way of life es lo que se cayó a pedazos y en las masivas protestas por el asesinato de Floyd se ratificó que crece la autopercepción de esa decadencia en una porción considerable de su población que se moviliza. Ya no hace tanta falta que Noam Chomsky con su clásica y aguda mirada de los problemas estadounidenses señale lo que está sucediendo. Está muy a la vista hace demasiado tiempo. Se respira en sus calles, en la consolidación de sus movimientos antifascistas, en su minoría negra que dice basta con la misma o más fuerza que en la época de las luchas por los derechos civiles en la década del 60.
Pero hay otra porción considerable de la sociedad que vive, piensa y actúa bajo la concepción del excepcionalismo norteamericano. Ese que consiste en el doble estándard para juzgarse a sí mismos y al resto de los países y ciudadanos del mundo de modo distinto. Incluídos aquellos que pertenecen a las minorías locales hispana, negra y mestiza. Ese paradigma estadounidense se vio representado en las palabras del jefe de Policía de Key West, Sean T. Branderburg, quien refiréndose a sus subordinados cuando detuvieron al menor en la escuela, dijo muy suelto de cuerpo: “Según el informe se siguieron los procedimientos operativos estándar”. Su percepción del operativo fue la de un primate. Y la de su personal, bastante semejante. El chico terminó en el Centro de justicia juvenil de Key West. Como si se tratara de un delincuente.
Ahora su madre, Bianca Digennaro, anunció que irá contra las autoridades del Estado, policiales y educativas. Recordó que se sentía “triste porque no estuve allí para proteger a mi hijo” cuando sucedió el hecho hace casi dos años. Además se conoció un detalle que hizo más lamentable la situación que padeció ella. No pudo concurrir a la escuela ni ser notificada del procedimiento porque ese mismo día la operaron para extraerle un tumor. En compañía del abogado Crump dijo que su hijo “tiene una discapacidad y las autoridades intentaron convertirlo en un delincuente a los ocho años”. La mujer explicó también las consecuencias que tuvo el arresto para él: “padece depresión y ansiedad” que derivarían de su trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Otro de los abogados que la asesora, Devon M. Jacob, de Jacob Litigation, comentó que la naturalidad con que habló el jefe de Policía de Key West sobre el procedimiento, demuestra que “fue lo usual y ese es el problema, por eso es que presentamos esta demanda”. Su colega Crump completó: “Pese a que no significaba ninguna amenaza para los agentes ni para el personal de la escuela, el menor fue puesto en el asiento trasero de un vehículo policial, llevado a un centro de detención y acusado del delito de agresión”.
En el caso del niño – de quien se reservó la identidad por su edad-, el sistema actuó de manera expeditiva y con la sinergia necesaria para aplicar el castigo. La Policía, la Justicia y las autoridades educativas de la escuela coincidieron en que se desarrollara el operativo como si el involucrado fuera un adulto o incluso un menor adolescente. Pero se trataba de un chico con un trastorno de cuidado al que le colocaron esposas que ni siquiera podían tomarle sus muñecas.
Jueves, 13 de agosto de 2020
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